Fotografía: Luis Royo
Cuando los insultos y los gritos golpeaban su cabeza, sólo podía pensar en el mar.
Esperaba que todos durmieran y se levantaba despacio atravesando la oscuridad con mucho cuidado.
Lo había hecho tantas veces que ya nunca solía tropezar con las botas militares que su hermano dejaba tiradas por el suelo.
Reptaba silenciosamente por los pasillos hasta llegar a una gran ventana que siempre estaba entreabierta (nadie supo porque).
La playa no estaba cerca, pero aún así, si corría lo suficiente, iría y volvería antes de que saliera el sol y nadie se dieran cuenta de su ausencia.
La primera vez que estuvo frente al mar sólo pudo tocar la arena.
La segunda ya se atrevió a meter los dedos en el agua. Pero no fue hasta la quinta o la sexta noche cuando decidió sumergirse en el fondo del mar.
Cerró los ojos fuerte, y se sintió más sólo que nunca, y más feliz.
Y fue ése día, y no en otro, cuando por primera vez...la vió dibujada en el fondo sobre algas, hecha de olvido y agua
...La niña de arena reía...
Volvió cada noche bencidiendo sus pulmones y los 45 segundo que podía resistir bajo esa masa azul.
Un día quiso aguantar sólo un poco más y casi se muere.
Cuando se despertó en la cama del hospital no se acordaba de nada, y los que estaba allí, juran que pudieron oír a la niña-agua llorar.
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