Me acerqué a él y le agarré las manos.
En sus ojos podíamos ver una libertad no humana, una libertad casi ancestral.
Su dolor entonces, sólo era un recuerdo, unos pasos latiendo apenas.
Unos mendigos de amor quisieron tocarle. Y él les besó en los labios. Uno a uno, despacio, con una ternura casi infinita.
Con cuidado posó mis dedos por cada una de las cicatrices
que me guardaba bajo sus alas.
Después el silencio lo envolvió despacio, y le cerró los ojos.
Me acosté junto a él y calenté su cuerpo durante 40 madrugadas.
Las suficientes para que no se sintiera solo...
Las suficientes para que no sintiera el frío de su último vuelo.
viernes, 15 de febrero de 2008
Tangata-Manu (El último hombre pájaro)
Inyectado por Elka en 9:52
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