viernes, 28 de diciembre de 2007

El pozo


Santiago camina despacio entre las sombras de la calle, intentando pasar desapercibido ante la guardia nocturna que se cruza con él.
Logra camuflar sus largas barbas, pero sus ojos son difíciles de ocultar, así que opta por pasar entre ellos con la cabeza baja y la boca cerrada y así evitar problemas.

Saliendo de la taberna en la que pasa la noche, Mateo siente un pinchazo en el corazón, al ver acercarse a Santiago.

-Yago, tu hermano te anda buscando-

Santiago apresura su camino sin despedirse de Mateo que se pierde entre las prostitutas y los borrachos que llenan las calles del arrabal a esas horas.

No muy lejos de allí, Jesús se despierta estremecido de un sueño. Siente una inmensa sed, y sale fuera a buscar un poco de agua.
Se asoma a la boca del pozo, y éste le saluda devolviéndole su más nítido reflejo.

Santiago se le acerca lentamente y le besa las manos.

-Hermano, Leví, hijo de Arfeo, dijo que querías verme-

-Santiago, dame la mano:
Un gran abismo se ha clavado en mi pecho como un aguijón ennegrecido.
El veneno del ser humano, se repliega en mi pecho como una serpiente cruel que grita.
Hoy, mirando en un pozo, he sentido que todo lo que hemos hecho y todo lo que hagamos será en vano.

Santiago, los hombres no serán capaces de morir por amor.
Morirán, sin duda, pero morirán ahogados por las aguas de la codicia, por las aguas del poder, que ellos mismo buscarán día tras día, sueño tras sueño.
No están preparados para la vida que yo les ofrezco, para la vida que apenas comienza.
Santiago, hoy mi corazón que emergía en esperanza se hunde en el más triste presagio.
Hoy he visto en un sueño, lo que tus ojos veían, lo que a tu boca le daba tanto miedo decir.-

-Hermano, sabes que no confío en la mayoría de los hombres.
Ellos hablarán en tu nombre pero no conocerán el amor de tus palabras.
Bautizaran a sus hijos con agua, pero será un agua empobrecida por el poder, por la envidia.
Construirán un templo de oro y se lo ofrecerán a los mercaderes más crueles.
Juzgarán a sus hermanos para salvarnos y salvarse y fallarán.
Te llamarán maestro pero venderán tus enseñanzas al más generoso postor.
Serán testigos de cómo sus hijos se mueren de hambre y a eso le llamaran Iglesia, le llamaran Padre.


Pero también nacerán en el mundo, y esto te lo aseguro, los que nunca pronunciarán tu nombre, los que nunca bendecirán tu mesa.
Aquellos que nunca preguntarán, ni cuando, ni donde naciste.
Aquellos que verán tu verdadera alma escondiéndose en las cosas más pequeñas, a pesar de lo grande de tu iglesia, a pesar de que dios se empeñe en cerrarles los ojos, en romperles la cara.
Aquellos que se morirán de hambre, pero no de dolor.

Ya ha amanecido y huele a pan recién hecho.
Guarda conmigo el miedo en el fondo del pozo y salgamos a la calle.
Hoy nos toca pelear juntos por la luz que queda.
Por este sol que no nos cuesta nada.
Por los pocos que destruirán el pozo en nombre de nadie.


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